El 2005 contribuyó a concretar la reparación económica y social tan esperada desde el comienzo de la tediosa depresión que atormentó a la Argentina durante 16 trimestres consecutivos (2do. trimestre de 1998- 2do. trimestre de 2002). A fin de 2006 tendremos los niveles de PBI más encumbrados de la serie completa desde la fundación nacional, sin haber implementado reformas estructurales. Claro que se puede argumentar mucho en contra, sin embargo, a juzgar por los “fundamentals”, los resultados son elocuentes. Al mirar los pronósticos anteriores del consenso de economistas, podemos observar como los profesionales mas destacados sostenían que los niveles de actividad proyectados, solo se podrían alcanzarse en 2013, en lugar de, a fines de 2005, tal y como sucedió. Damos gracias a Dios por “su viento mundial a favor”, ya que no hubiese sido poca cosa soportar una demora de ocho años más de los que tuvimos que esperar, si se hubiesen verificado esas circunstancias.
El escenario internacional ayudó con la suba en los precios de los commodities mayor a la considerada en el escenario base, y una continuidad en el crecimiento de la economía norteamericana con una menor depreciación del dólar, más una unos años de tasa de interés baja-ayuda indirecta, ya que nunca recibimos préstamos-, en un contexto donde parece que todavía la FED quiera evitar una desaceleración abrupta en los niveles de desempeño doméstico.
El otro “viento de Dios” que sopló, radicó en que no existió oposición política, y entonces no hubo presiones ni incomunicaciones internas dentro del partido gobernante. Una ausencia tal vez excesiva de la oposición alienta aún más, un clima político distendido para el oficialismo, lo cual le permitió captar un aumento considerable en la confianza de la sociedad, en el gobierno y probablemente en el consumo y la inversión. Esta situación sigue y se cristaliza un programa económico audaz, aunque consistente con el enfoque político presidencial en el mediano plazo. Es necesario imaginar que “el viento de Dios” supuso también la paz y cancelación de la deuda con el FMI y el exitoso e inédito cierre de la negociación con los tenedores de bonos en default.
Una política fiscal y monetaria moderadamente expansiva y una mejora creciente en la distribución del ingreso acompañaron evidentemente un aumento de la demanda en el mercado de bienes, que pudo confirmarse por un ingreso creciente de fondos externos, cimentado en la sustentabilidad de la política económica en curso.
Superávit fiscal y superávit en la cuenta corriente, han mudado concluyentemente la forma de financiar la inversión en la Argentina. Una sana política de financiación en base a recursos genuinos, era algo deseable y además le ha hecho mucho bien a la cultura política y social del país, que por muchos años tuvo incentivos para aplicar: “tome endeudamiento, gaste ahora y luego que Dios se lo pague”. Si recordamos el “que se vayan todos” de fines de 2001- entre el gobierno y la sociedad, sin duda cambió, y el apoyo de la sociedad fue una clave que ayudó también a la administración Kirchner a salir mansamente del estancamiento de los ingresos del sector asalariado.
No obstante, las groseras sub estimaciones de los analistas con respecto al plan táctico que permitió al gobierno avanzar en la agenda económica y social al mismo tiempo, privó a muchas empresas grandes y PyMEs de un aprovechamiento aún mayor de estos cuatro últimos años. El accionar de gobierno con objetivos claros y circunspectos redujo la incertidumbre y atemperó el peligro de “desintegración nacional” que había desencadenado la ausencia de rumbo que se profundizó desde el segundo trimestre de 2000 hasta el estallido de la crisis. Si los resultados continúan, 2006 y 2007 proveerán nuevas inversiones gracias a una adicional dosis de confianza de los mercados.
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