Los trabajos de Zarazaga y Kydland (premio Nóbel de Economía) dirigidos en parte al caso argentino, indican que nuestro país padeció una depresión de magnitud en los años ochenta, tan grave como la Gran Depresión estadounidense. También señala el informe que en la década del noventa, la inversión en la Argentina no se recuperó tan robustamente como lo aseguraban los más entusiastas, quienes además veían a la PyME, solo como un espécimen de empresa de baja productividad. Los premiados sostienen que durante el boom de los noventa, la nación fue presentada como el paradigma de las economías emergentes, no obstante en 2002 se había perdido ese rol triunfante, y se constituía en la antítesis de lo que estos países deben hacer para desarrollarse. Lo cierto es que por dos décadas consecutivas las PyMEs han sufrido excesivamente los avatares de la macroeconomía.
Durante el desarrollo de los trabajos se instala la sospecha de que la visión eufórica de las perspectivas sobre la Argentina en los noventa pudo haber tenido “pie de barro científico”, es decir un papelón facultativo.
Kydland deduce que es necesario volver a examinar el caso argentino con un enfoque, al que denomina "modelo de crecimiento neoclásico muy parsimonioso". Lo que casi la mayoría de los economistas profesionales sabe. Esos modelos funcionan con elevadas tasas de crecimiento sostenido, acumulan muchos perdedores por K.O., y se desbarrancan en cuanto se desacelera la tasa de crecimiento. Esto explica porque muchos entusiasmados no censuraron en su momento el incremento del endeudamiento externo. Según el Nóbel de economía, un investigador avisado debería haber desconfiado del frenesí desde los primeros años de la década del noventa, dado que la acumulación de capital no exhibió durante esos años el dinamismo que el modelo hubiera previsto teniendo en cuenta los aumentos de productividad total (no generalizado) que la Argentina estaba registrando por entonces. Pero a mi juicio lo más relevante, es la novedad que Kydland explicó también, que muchos individuos toman decisiones sobre la base de lo que ellos creen que hará el Estado en el futuro. Por eso es importante que el Estado aplique reglas en las que la gente tenga confianza (dijo él) y los operadores no disparen licenciosas suspicacias acerca del futuro del Estado (digo yo).
A la distancia, nadie imagina cuanto influye lo que se dice por lo bajo que hará el gobierno. De esta forma también la gente pierde la confianza en lo que hará el Estado. Ese aspecto el presidente Kirchner y el ministro Lavagna lo tienen muy en claro y se han mostrado muy resueltos a salir al cruce.
¿Que grado de responsabilidad han tenido en el pasado las declaraciones fatídicas y los pronósticos que aún no cumpliéndose, generan expectativas desfavorables en la economía Argentina? Cada vez que surge una sospecha sobre las acciones futuras que tomaría el gobierno, los Bancos y los inversores se repliegan y bajan su exposición. La PyME es la mayor damnificada por la desconfianza y nueve de cada diez empresas en la Argentina son PyMEs.
Dice un antiguo Proverbio: “Hay hombres cuyas palabras son como golpe de espada; mas la lengua de los sabios es medicina”. Tengamos responsabilidad cuando hablamos de lo que creemos que hará el Estado en el futuro, entendamos que las palabras que se lanzan tienen el poder de perjudicar a la economía real en general, pero en forma fulminante el desempeño de las PyMEs.
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