Los
conductores los adulan, les dicen economistas, “profe”. Las ambiciones de los
autodenominados “macroeconomistas profesionales” (MEP) meten confusión en los
programas de TV, aspirando identificarse con físico-matemáticos.
Sin
quitarles merito, es cierto que a través de la mediatización, sus exponentes
esponsorizados por bancos y grandes corporaciones-a través de honorarios de
servicios profesionales-les han ayudado a convertirse en voceros de sus demandas
(una especie de delegados gremiales del establishment). Desde fines de los
ochenta en Argentina han ejercido la emancipación de su aparente campo de
pertenencia (la macroeconomía), aunque en realidad hablan reincidentemente de dos
temas, economía fiscal y economía monetaria. Le dicen “fiscal y monetaria”, yo
le llamo “la horqueta”, pues esta pertenece a una rama de la macroeconomía, que
a su vez es una rama del tronco de una ciencia social que se llama “economía”.
Hay
que reconocer que los MEP han logrado la promoción más trascendental de
nuestros tiempos, tomaron el nombre de una ciencia social y le hicieron imaginar
a la gente que son unos científicos en algo parecido a las ciencias exactas. Universalizaron
o mejor dicho, globalizaron esa idea totalmente alejada de una condición epistemológica.
Lo de la universalización proviene de insistir y generar una confianza ciega y
completa hacia ciertos modelos matemáticos, elaborados bajo “supuestos” que
pueden explicar casi todo. Recordemos que la economía neoclásica, por muy matemática
que luzca, opera sobre los precios y valores de bienes y servicios reales, y
por lo tanto no es raro que en los EE.UU. los departamentos de Economía cedan
el estudio de “riesgo”, “financiarizaciones”, “swaps”, “futuros y opciones” a
las facultades de Administración, como un asunto que les interesa a los que en
grado estudiamos cuestiones prácticas como mover dinero antes que por el tema
de la importancia de la libertad de los mercados. Dado que el enfoque MEP no
tiene ninguna limitación puntuada por el mundo real, sus protagonistas sienten
que no están sujetos a las leyes de la economía- como deberían-, mucho menos a que
se trata de una ciencia social; sino que solo se enfocan hacia las finanzas
corporativas, que tampoco dominan del todo; en la cual muestran coladeras extravagantes
a juzgar por las bombas que se les detonan encima y sus errores de pronostico. Eso
sí: “no le entran las balas”.
Mi punto es el siguiente: en la dinámica de los
desmoronamientos de un gobierno hubo siempre una dimensión que debería ser
estudiada más a fondo, que es el rol que jugó la comunidad MEP ligada
universidades extranjeras, bancos privados y organismos multilaterales de crédito.
Ellos han sido siempre los verdaderos artífices y portadores de la ideología
dominante, un consenso muy extendido, hegemónico e inamovible sobre recomendaciones
de política económica que siempre tiene que adoptar la Argentina, “país díscolo
e indisciplinado que vive perdiendo oportunidades”. La dominancia financiera
sobre la política tuvo mucho que ver con estos personajes clave en aquellos períodos,
dicho sea de paso, semejantes al
presente. Y no se trató de un fenómeno circunscrito a la Argentina, la década
de los años 90, caracterizada por el Consenso de Washington y las reformas
económicas neoliberales en varios países del mundo, fue la década de los
políticos tecnócratas o technopols.
Los tecnócratas creen que la técnica y la planificación
racional deben reemplazar a la política de las negociaciones, los apoyos y las
concesiones. Que el tecnócrata debe definir su propio rol, y estar libre de
compromisos políticos. Creen que el progreso o el bien buscado se consiguen
mediante la despolitización, y desconfían de los valores, las ideologías y las
lógicas de la política partidaria, aunque de alguna manera han penetrado en
ella. El Estado, en la mentalidad tecnocrática, es un instrumento implementador
de políticas públicas que debe colocarse "por encima" de los intereses
sociales. Y como ganaron, vamos de nuevo al FMI.
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