Para EL CRONISTA
Un milagroso crecimiento de 65% del PIB entre 1990 y 1998, se produjo en forma consistente con un formidable aumento en el gasto público, financiado por el endeudamiento federal, provincial y privado de mayor progresión de la historia de los cuatro default argentinos. Todo sucedió en un contexto de bajas tasas de interés, y aumento del flujo de capitales hacia las economías emergentes, hasta que llegó la crisis del Sudeste Asiático. En aquel punto se origina una contracción uniforme del flujo a esos países que mengua de 225.000MM a 80.000MM de dólares, elevando en forma simultanea, al doble las tasas de interés.
En los primeros años se obtenía un atractivo leverage de la deuda que se expresó en altas tasas de crecimiento de la absorción doméstica. Al revertirse la tendencia, la velocidad de reacción de nuestros ex Ministros y Presidentes para contraer el gasto y disminuir la deuda, fue extemporáneamente más lenta que la dinámica del flight to the quality de los capitales.
Dos observaciones. En primer lugar, desde 1997 la movilidad de fondos hacia distintos rumbos es mucho más veloz, menos razonada y consecuentemente más riesgosa que anteriormente. Segundo, los mecanismos constitucionales, la voluntad política y los economistas de gobierno que debieron decidir una reversión en la política económica, no estuvieron en armonía con las exigencias que provocaron los cambios.
Es por todo eso que, un esquema como el que finalizó el 20 de Diciembre fue funcional con un gobierno con mucho poder acumulado, como tuvo Menem, para actuar sin debates previos ni explicaciones.
La alternativa De la Rúa - Cavallo, para profundizar la política económica, sin el poder que tenía Menem, fue ignorar o reprimir las manifestaciones sociales, hasta encontrar el límite de lo posible. Recordemos que Menem era miembro y presidente del partido más grande de la Argentina, contó con el silencioso apoyo de sindicalistas y los tres poderes del estado.
Injustificadamente, nunca se menciona que existe alguna proporción del crecimiento del PIB de la década del 90, que está explicado por el fuerte aumento del gasto público y la deuda.
Es obvio que jamás hubiera llegado la inversión, a no ser por el efecto palanca de las tasas sobre la actividad, que permitían crecer a las empresas internacionales. De ninguna manera el crecimiento fue impulsado por la confianza inicial que proyectaba el gobierno de Menem. El formidable consumo postergado por dos años de contracción con caída de 13,6 por ciento del PIB per cápita (1988-90)y la reaparición del crédito con tasas razonables, fueron los detonantes de los niveles iniciales de medición. En Argentina no se aceptaba la tarjeta de crédito en los restaurantes. Un contexto de estabilidad inédito en 50 años posibilitaba el espectacular crecimiento del "crédito de consumo", otorgado desprendidamente por las entidades, fondeadas en el exterior. Abundantes créditos y plásticos financiaron compras de bienes durables nunca igualadas, que reemplazaron a los planes de ahorro previo donde el suscriptor, esperaba más de un año después de haber pagado todas sus cuotas, para que se le entregara un auto.
La dinámica de funcionamiento de nuestra democracia y la inmadurez política de sus actores, no fue consistente con la adopción, sin restricciones de la autonomía económica y la movilidad de capitales. Seducidos con el discurso del primer mundo, políticos y economistas de soporte del paradigma, influidos acaso sinceramente, por fascinantes teorías y boletos en business, no pudieron manejar el grado de "generosidad" de las entidades financieras y los organismos multilaterales de crédito.
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